sábado, 31 de agosto de 2013

DOS PIERNAS, NADA MAS




By Anónimo Fernández

            Cuenta mi amigo que se levantó a eso de las 6 de la madrugada, porque no aguantaba más en la cama. Su obesidad era la causa del  dolor de espalda que aparecía cuando llevaba unas horas acostado, y que le impedía desde hace tiempo dormir “a pierna suelta”. De todos modos,  pasó la noche en vigilia lamentando el avanzado abandono de su estado físico. Tras la ducha, se encontró con el espejo, que le cantó, como todas las mañanas, las verdades del barquero. Era el momento en que, de forma más o menos consciente, simultaneándolas con su ataque de tos matutino, murmuraba sus letanías del “qué vamos a hacer”; una retahíla de hechos que esgrimía como razones de peso para no cambiar los hábitos: a los tres años sufrió una bronquitis asmática, y aún así, a los quince versionó el padrenuestro sustituyendo el pan de cada día por  los pitillos, que de veinte a cuarenta pasaban diariamente por sus pulmones. La vida absolutamente sedentaria y un apetito voraz hicieron el resto en la forma física de este cuarentón. Pero hoy era distinto, y algo por dentro le compelía a rebelarse contra el fatum.  Abrió el armario y buscó en algún cajón ropa deportiva. Encontró un viejo chándal y probó a ponérselo, pero la prenda no había alterado la talla en la misma proporción que él.  La resignación había ganado la batalla a ese amago de rebeldía.
Aunque estaba ya vestido para la ocasión, era pronto para ir a trabajar. El salón de casa se le quedaba pequeño para la agitación del momento. Abrió la puerta de la calle y contempló la serena semblanza del barrio durmiente. Echó a andar hasta que se le acabó la calle para dar paso a los caminos que acotaban los trigales. Era el momento de volver por donde había venido. Sin embargo, contra todo pronóstico flexionó los brazos a la altura del pecho,  aceleró el paso martilleando sus castellanos  contra la grava del camino y trató de acompasar la respiración a esa especie de trote. Estaba corriendo.
A los cuatro minutos se paró. Estaba jadeando, los polvorientos zapatos  le empezaban a rozar, la camisa estaba pegada al pecho y dos surcos cruzaban sendos cristales de sus gafas de ver.
Hubo otras muchas carreras, millas, leguas, diezmiles y maratones; y antes de eso, dejar el alcohol y el tabaco y pérdida considerable de peso. Pero ésta fue la carrera de su vida.  Si le preguntabas a mi amigo qué se necesita para correr,  te solía contestar: “dos piernas, nada más”. Estar descalzo, con mocasines, en la playa, subiendo cerros, sano o enfermo, no eran más que circunstancias o accidentes que incidían más o menos en la mecánica del ejercicio.
4 de agosto de 2012. Oscar Pistorius se clasifica para semifinales de los 400. Suena el teléfono. Es mi amigo. ¿Lo has visto? -me dice-. ¡Ni piernas!.


                                                      

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