Al muerto
no tuve el gusto de conocerle; pero me encontré en el tanatorio en calidad de “consorte de”; ocupación que desempeño con contrato temporal, a tiempo
parcial y discontinuo en determinadas ocasiones desde que mi mujer tiene un
carguito en la administración. Nos
acercamos a la familia a dar nuestro “sentido” pésame y a continuación nos
sentamos junto a otros funcionarios de la misma jefatura de servicio. La
conversación no era precisamente fluida, sino meramente circunstancial,
saltando del tiempo a la prima de riesgo y del mundial a los recortes, con predominio arrollador de
los monosílabos, y unos silencios entre palabra más largos que los descansos
entre series que receta Ricardo Ortega a sus pupilos.
El que
estaba enfrente de mí masculló: - Parece mentira que este muerto. ¡Aún era
joven!.
Es curioso
-pensé- que cuando mi vecino José
Mascachapas murió a los 17 años la gente decía: “no hay derecho, tan joven”. Y
lo mismo se dijo cuando el colon de mi amigo Jesús le dejó sin cumplir los 30;
y cuando mi padre no salió vivo del quirófano a dos meses de la jubilación.
Seguía el
silencio, hasta que entendí que el resto de dolientes ya había emitido cuando
menos una interjección y que por tanto ya me iba tocando abrir la boca. Evité
caer en tópicos y solté la pregunta:
-¿Corría?
Al
instante, dos de los tres ojos que cada uno tenía enfocados en la baldosa que
tenía entre los pies, se dirigieron a mí. Y de entre ellos destacaban los de mi mujer, que hablaban más de lo que
últimamente acostumbran:
-¿¡Qué dices!? Me
reprendió.
-Que si corría.
- ¡Pues , no!
-Vale… vale.
- Tenía 68 años; terció, explicativo el de mi izquierda.
Los demás pasaron de cariacontecidos a cariextrañados (salvo mi
consorte, que seguía cariabochornada y
cari-Torquemada) y pensaron -sin temor a equivocarme- que vaya paquete tenía la
jefa de marido, y lo que iba a dar de sí el incidente en la oficina.
Y me callé. Y no sólo me callé, también me aislé del grupo, excluido
como me sentía de sus interjecciones, sus frases hechas, sus monólogos, sus
silencios y sus trienios. Y pensé que
sólo se es joven para morir. Sea cual fuere la edad del muerto, siempre nos
parece joven. Y si es joven para morir, es porque lo suyo es que siguiera
viviendo… ¿no?. Pero…¿qué otra cosa es vivir sino comer, andar, bailar,
aprender, amar, dialogar, cantar, beber… correr? Si eres joven para morir, ¿por
qué eres viejo para vivir?. Quien cree
que a los 68 años se es mayor para correr, seguramente pensará lo mismo de los
43.
Me alegré
de correr. Me alegre mucho.
Un saludo "Anónimo Fernández". Como siempre me has dejado "carisorprendido". Excelente entrada, genial.
ResponderEliminarA propósito del título de la entrada, EL DUELO, unas referencias cinéfilas viejunas:
EL FUNERAL (1996) de Abel Ferrara. Actuaciones espectaculares de Chris Penn, Christopher Walken, Benicio del Toro y Vincent Gallo.
LOS DUELISTAS (1977) de Ridley Scott. Actuaciones estratosféricas de Harvey Keitel y Keith Carradine.
DUEL (1971) de Steven Spielberg. Con un Dennis Weaver impagable
Y si lo que queréis es reír a costa de un duelo (hay que tomarse con humor hasta eso): UN FUNERAL DE MUERTE...simplemente genial¡¡
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